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El respeto –y a veces la decepción- que nos inspira el ser humano ha quedado claramente recogido en estos retratos realizados por Guillermo Asián desde comienzos de los años ochenta. Son miradas simbólicas cargadas de personalidad, que nos acercan con tanta intensidad a los personajes, que sólo les falta hablar. Por su estudio han pasado desconocidos, amigos y también grandes figuras de la cultura. Todos ellos dejaron allí lo más hondo de sí mismos, y ahora que el viento lo ha barrido todo, parece que recobran una vida infinita.

 

 

 

 

Recuerdo aquellas sesiones. En el ambiente siempre flotaba cierta intriga, como si estuviera a punto de ocurrir algo inesperado. Nada era casualidad. Tengo la sensación de que incluso antes de comenzar a disparar, ya sabía lo que quería y cómo obtenerlo. He visto a Guillermo modelando el haz de luz de la ampliadora, trazando nuevas texturas, desvelando o tapando rincones, guiándose por la sorprendente precisión de su reloj biológico. Unos segundos más tarde, alzaba el papel fotográfico con la misma concentración que había empleado en realizar las tomas. Tienes que amar mucho tu trabajo para hacer las cosas así. Y eso se nota /

 

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